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Cinco panes y dos pescados: la separación entre la Iglesia y el Estado

Writer's picture: Constanza CasagrandeConstanza Casagrande

Creo que la Iglesia cumple una función social importante en muchos lugares donde el Estado no llega y donde el Estado no cubre las expectativas espirituales de las personas. Me pregunto si es una falencia del Estado o si es algo de lo que el Estado no debería encargarse y está bien delegar. Me convocan los lugares donde la Iglesia es el comedor, la escuela, la guardería, el centro de jubilados, el teatro de pueblo, el sacerdote que oye y camina, las consagradas que hacen hogar donde vayan, las comunidades con vocación de servicio que arman equipo sin importar quienes sean sus participantes. También recuerdo la sed en la pandemia: personas que necesitaban ir a misa. En un mundo donde todo tiene precio, donde cada vez más nuestro valor se asigna por el valor de mercado, tener una institución que puede apoyar su valor en lo espiritual me parece importante.

Soy católica y siento que la experiencia de conocer a Dios fue fundamental en mi formación, en mucho de lo que algunos creen que tengo de lindo. El espacio de Iglesia fue y es, para mí, un buen espacio. Quiero ser cuidadosa con mis palabras porque sé que la mayoría de la gente no vivió lo que yo viví: convivo con la idea de que la Iglesia no es perfecta. Está hecha por humanos que no siempre atienden a la inspiración de Dios, y que muchas veces se resguardan detrás de la idea de que Dios obra según su tiempo (y que los tiempos de Dios no son los nuestros, etc.). Sé de sus problemas y no voy a defender lo indefendible. Pero conservo todavía la certeza de que ese fue un lugar inevitablemente bueno para mí. A veces hago el ejercicio mental de preguntarme ¿qué hubiera sido de mí sin Él? Casi siempre la respuesta es algo no muy piola.

La mayoría de mis amigos no cree en Dios. Estoy convencida de que eso se debe a la forma en que la Iglesia se ha manejado a lo largo de la historia. La eterna discusión de la Institución vs. la Fe en el Jesús histórico que, si bien todavía es válida, ya se quedó corta. Ser joven y ser católica y, sin embargo, no ser conservadora, parece una contradicción. Y es desde esa contradicción que me permito criticar las maniobras eclesiales. Yo sé que existe una Iglesia muy distinta, pero eso es para otra nota. 

Junto con la discusión por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (ley que defendí) surgió otro debate: la separación de la Iglesia y el Estado. Para muchos este tema pasó desapercibido. Pero en el año 2018 la Iglesia propuso eliminar progresivamente los sueldos de los obispos (para sorpresa de nadie otorgados por una pésima ley de la última dictadura cívico-militar, es decir, un trasfondo oscuro), en tanto tuvieran financiación también progresiva de los feligreses. 

Hay un imaginario negativo muy instalado sobre la transferencia de recursos del Estado a la Iglesia y, aunque pueda entender qué discursos justifican esa lectura, considero importante hacer algunas aclaraciones. Que el Estado financie obispos no significa que el Estado financia a la Iglesia en su totalidad, ni que los sueldos de los obispos van al bolsillo derrochador de un hombre malvado. En muchos casos, en las diócesis más pobres de nuestro país, ese dinero se utiliza para causas nobles (no quiero generalizar la bondad tampoco, pero se entiende). Por otra parte, es cierto que algunos párrocos (sacerdotes que se encargan, además, de un templo) reciben dinero del Estado. Pero, nuevamente, el dinero no es necesariamente para uso personal (ni es suficiente). En general se destina a los arreglos del templo y al sostenimiento de edificios históricos que necesitan cuidados especiales (acá podríamos discutir si el dinero del mantenimiento de los templos es importante cuando hay otras necesidades, pero esa es otra idea para otra nota). Los párrocos, además, trabajan para su sustento diario. Y hay sacerdotes de a pie que también hacen otras cosas para subsistir. Insisto: además de dar misa, confesar a mucha gente por semana, ser ayuda espiritual y apoyo, casar, acompañar en el proceso de morir y darles la extremaunción a personas que agonizan, y bautizar, son abogados, profesores, escritores, arquitectos, bailarines. Believe it or not, my friend, los sacerdotes no tienen sueldo de sacerdote, ni las monjas sueldo de monja. Todos tienen una familia, tienen padres, hermanos, amigos. Son personas (guau, esta no se la esperaban). 

En enero de este año, todos los obispos de nuestro país renunciaron definitivamente a su sueldo. Buena victoria. Los 146 dejaron de recibir dinero del Estado argentino. Obvio que, igualmente, la Iglesia católica sigue teniendo beneficios, como por ejemplo tener instituciones educativas subvencionadas por el Estado que les permiten continuar compartiendo el carisma cristiano (me pregunto qué pasaría si el Estado no las subvencionara también; quizás esta sea también otra nota) y el no pago de algunos impuestos, beneficio del cual gozan también otros cultos: los judios, los musulmanes, los evangelistas, los de la Iglesia universal, ninguno paga grandes impuestos. 

Como ya dije, cuando hablamos de aportes del Estado a la Iglesia no estamos hablando de que la Iglesia argentina en su totalidad y todos los que la componen reciben dinero. Según Consolata Americana, en 2020 en Argentina había 5.970 sacerdotes, 839 diáconos, 758 consagrados, 785 miembros de institutos seculares, 41.109 misioneros laicos, 7.654 religiosas consagradas, 99.421 catequistas y 1.485 seminaristas de los cuales, según esta otra nota, solo 153 obispos y arzobispos, 640 sacerdotes y 1.100 seminaristas recibían dinero del Estado argentino hasta 2023. Según una estadística hecha en 2007 (puede sonar desactualizado, pero no creo que haya cambiado demasiado) se reconoce que los beneficios y aportes del Estado argentino a la Iglesia católica llegaban a cubrir tan solo el 7% de los gastos institucionales. Menos de lo que me imaginaba. Viendo los números, es evidente que no toda la Iglesia recibía su diezmo. 

La Iglesia debería financiarse a sí misma, estoy de acuerdo. En gran parte, ya lo hacía y lo hace gracias a los aportes de los fieles, como por ejemplo a través del Programa Fe y al dinero de la colecta durante la misa. Estoy de acuerdo con esto, así como estoy de acuerdo con que otros cultos lo hagan, y me parece bien que los católicos estén en igualdad de condiciones con los fieles de otras religiones. Me parece bien que la Iglesia y el resto de los cultos tengan algún beneficio por cumplir un rol social fundamental: la Iglesia llega a lugares del país y a personas a las que no todos podemos llegar. Creo que la Iglesia conoce los lugares en donde está, es medianamente responsable territorialmente de las personas, entiende la radiografía del espacio, comprende las necesidades, y, la mayoría de las veces, actúa en consecuencia. 

No tengo muy en claro si los creyentes estamos dispuestos a sostener la Iglesia con nuestro dinero o con nuestro tiempo. A veces creo que esperamos que las cosas las hagan otros, los que, en nuestro imaginario, tienen poder. Cuenta la historia que una vez Jesús tuvo que alimentar a cinco mil personas y solo tenía cinco panes y dos pescados: un hombre de mucha fe se los había entregado para que Él los multiplicara en gracia. Me pregunto si con este gesto, con esta ofrenda, la Iglesia argentina atraerá más fieles a nuestro credo.


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Constanza Casagrande nació en Buenos Aires en 1995. Estudió Letras porque quería ser escritora. Trabaja como docente. Llega tarde a conversaciones importantes.



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